Autor: Dairon Martínez Tejada
Nuestro archipiélago no era lo que esperaban ver los 212 haitianos, que desde el pasado 17 de septiembre recalaron por Maisí, Guantánamo; sin embargo, la atención ha sido mucho más de lo que alguna vez tuvieron Gilbert Joseph quería conocer Cuba en otras circunstancias. Venir a estudiar Medicina era su sueño, pero la situación en su natal Haití le obligó a posponer los planes y salir en busca de un cambio.
Con el riesgo de nunca volver, de truncar su vida y proyectos futuros, se lanzó a la mar junto a otros de sus compatriotas rumbo a la supuesta tierra de las oportunidades: Estados Unidos, pero el Paso de los Vientos pudo más que las ganas de arrancarse la miseria de sí, y terminaron aquí, en la Mayor de las Antillas, una tierra distinta a la suya, que les abrió las puertas para cuidarlos antes de facilitarles el regreso a casa.
Nuestro archipiélago no era lo que esperaban ver los 212 haitianos, que desde el pasado 17 de septiembre recalaron por Maisí, Guantánamo; sin embargo, la atención ha sido mucho más de lo que alguna vez tuvieron.
«Al momento de la llegada les brindamos lo mejor de nosotros, afirma Roel Estévez Matos, administrador del campamento de refugiados, que desde 1976 habilitó la Revolución Cubana para atender las constantes oleadas migratorias provenientes de Haití. El objetivo es que se sientan a gusto, aún después de pasar por la terrible experiencia del naufragio.
«Acá se les brinda servicio de hospedaje, entre naves con capacidad para 236 personas, y se les garantiza la alimentación (desayuno, merienda, almuerzo, merienda y comida), de acuerdo con las posibilidades del país. Además, tenemos un puesto médico con dos enfermeros y un doctor, pendientes las 24 horas de las patologías y enfermedades que se presenten».
Estévez Matos explica que todos los años sucede el fenómeno, los haitianos salen de su nación con destino a lugares más desarrollados: EE. UU., Islas Nassau, Bahamas, pero el mal tiempo los redirige hacia territorio cubano. Desde 2001 se han reportado 76 embarcaciones, con más de 4 000 migrantes; de julio a diciembre suelen concentrarse las mayores oleadas.
«Al arribar a nuestra patria, enseguida se moviliza un equipo integral de especialistas, responsables de la atención y pesquisaje general, para conocer el estado de salud de todos y en correspondencia con ello se actúa», agrega.
Diolkis Samón Domínguez es uno de los médicos responsables del bienestar de los migrantes, entre ellos 18 menores de edad con escabiosis y otras enfermedades en la piel, debido a la insolación por el largo tiempo que estuvieron en altamar, pero los demás mantienen condiciones de salud aceptables.
A todos se les tomó muestras para descartar vih/sida, el paludismo, hepatitis, y previniendo el contagio por la COVID-19 se les realizó una prueba de pcr en tiempo real, de la que resultaron cuatro positivos. A estos último se les aisló, medicó y ya negativizaron, pero siguen en vigilancia, de hecho, a todos se les repitió el pcr al menos dos veces.
«Igualmente, como medida preventiva se les suministra el tratamiento antipalúdico por 14 días, se vela por el cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias y se les entregó nasobucos, pues no tienen costumbre de usarlos», apunta el doctor Samón Domínguez.
Según el joven galeno, hoy no hay ni sospechosos ni confirmados con el SARS-COV-2 en el campamento de refugiados haitianos, pero siguen alertas, pues tienen a una gestante de ocho semanas y a una señora, con un fibroma que le causó sangramiento, bajo cuidados antianémicos.
«Enseguida las remitimos al Hospital General Octavio de la Concepción y la Pedraja, en Baracoa, donde fueron examinadas y tratadas; pero acá tenemos la mayoría de los recursos para actuar ante cualquier cuadro clínico. Igualmente contamos con el sistema de ambulancias para emergencias», asegura el doctor.
CUBA TIENE ALMA DE HERMANO
Gilbert Joseph, el migrante haitiano que desea estudiar Medicina en Cuba, tiene 30 años. Sabe que debe volver a casa, pero espera que, a más tardar en 2023, pueda volver a esta Isla hospitalaria para cursar la carrera de sus sueños.
Ese también es la ilusión de Itson Taylor, quien con solo 14 años se embarcó con los padres, tíos y primos en busca de un futuro mejor y descubrió a este pequeño país del Caribe.
Itson, en un lenguaje que mezcla el francés y el español, asevera sentirse bien, aunque su familia insiste en irse, pero él quisiera quedarse para vestir la bata blanca o verde que porta el doctor Diolkis, quien les calmó las fiebres y malestares que agobiaban a todos luego de estar días a la deriva en el mar.
Eric Dormezil, el capitán del navío haitiano, también se siente agradecido por todo y todos, «los haitianos sabemos que en el pueblo cubano tenemos nuestros hermanos, pues históricamente nos cuidan bien».
De esa hermandad entre pueblos caribeños habla emocionado Benisoi Joan Baforte, migrante residente en Maisí desde 1989. Él ayuda siempre como traductor cuando sus compatriotas arriban al archipiélago. Adora a Maisí, donde tiene dos hijos, y a Cuba la lleva en el pecho grabada como la mejor nación del mundo, «no hay mejor lugar para estar a salvo».
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