Lcdo. Alejandro Torres Rivera
8 de enero de 2021
El pasado 1 de enero se cumplió el 217 aniversario de la independencia de Haití, país que comparte el territorio de la Isla de la Española con la República Dominicana. Haití abarca una extensión territorial 27,750 Kms. cuadrados, lo que equivale a una tercera parte de la superficie total de La Española. Si lo comparamos con Puerto Rico, Haití es, básicamente, tres veces el tamaño de nuestro país.
Su independencia fue declarada el 1 de enero de 1804 luego de una guerra contra Francia, que se extendió desde 1793, teniendo el honor de ser la segunda república establecida en el Hemisferio Americano, solo precedida por Estados Unidos de América y la primera latinoamericana. Haití es además, la primera nación en todo el Hemisferio americano donde los esclavos lograron abolir el sistema esclavista por acción propia y revolucionaria. Fue también Haití el lugar donde, previo a su derrota definitiva en el continente europeo, fue vencido el ejercito napoleónico.
La isla de la Española fue visitada por Cristóbal Colón durante su primer viaje. Se indica por los historiadores, que sus naves arribaron a las costas de la Isla en diciembre de 1492 tomando el Almirante posesión de sus tierras a nombre de la Corona española. Luego de un siglo y medio, para 1665, Francia reclamó formalmente el dominio sobre la porción occidental de la Isla, denominando dicha porción como Saint-Domingue. Al cabo de 30 años, España cedió a Francia dicha porción de la Isla. Bajo su dominación, Haití se convirtió en una de las colonias más ricas del mundo y la de mayor beneficio económico para Francia en el Caribe. Ya para el 1789, año en que concluye la guerra de independencia de las Trece Colonias y se suscribe su Constitución como Estado independiente, Haití suplía gran parte del azúcar a escala global. Nos indica Aline Helg en su libro ¡Nunca más esclavos! Una historia comparada de los esclavos que se liberaron en las Américas, lo siguiente:
“En 1775 la colonia azucarera más rica era sin duda Saint-Domingue, la llamada “perla de las Antillas’, que producía la mitad del azúcar y del café consumidos en el mundo. Representaba dos tercios del comercio exterior de Francia y, por consiguiente, producía rentas considerables para la monarquía francesa. Esta riqueza era fruto del trabajo forzoso de unos 500,000 esclavos, que constituían la mitad de los esclavos de todo el Caribe. En efecto, en cuarenta años, el número de esclavos en Saint-Domingue se multiplicó por cuatro al ritmo de unas importaciones masivas que sumaron un total de 479,000 africanos entre 1761 y 1790. Estos 500,000 esclavos (mayoritariamente bozales) representaban entre el 88% y el 90% de la población de la colonia francesa, frente a 40,000 blancos y 30,000 de color…”
En 1789 año se produjo también la Revolución Francesa y con ella, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta Declaración, sin embargo, no era extensiva a la población negra y esclava de las colonias francesas. Indica Aline Helge en su libro citado, que “el primer indicio de revueltas servil en las colonias francesas se manifestó antes de la llegada de las noticias sobre la toma de la Bastilla, en París, el 14 de junio de 1789, y esto no fue en Saint-Domingue, sino en Martinica, una pequeña isla poblada por 90,000 habitantes, de los cuales el 83% estaban esclavizados, el 12% eran blancos y menos del 6% eran libres de color.”
El 22 de agosto de 1791, siguiendo el modelo de la Revolución Francesa, inspirado por un esclavo y sacerdote vudú de origen jamaiquino de nombre Boukman, se inicia en la parroquia de Acul el grito de libertad que lleva al desarrollo de la lucha armada que, tras 12 años, culmina con la proclamación de la independencia el 1 de enero de 1804.
Luego de la rebelión inicial inspirada por Boukman, se sucedieron múltiples actos insurreccionales y sublevaciones de esclavos en las plantaciones. François Dominique Toussaint L'Ouverture asumiría el liderato del proceso independentista convocando el 4 de febrero de 1794 a una Convención Nacional que proclamó la abolición sin indemnización de la esclavitud. Sin embargo, el decreto abolicionista no cambió en lo fundamental las condiciones de trabajo, pues los códigos de trabajo les convertían, de esclavos en “cultivadores” (cultivateurs), sujetos a condiciones semi esclavas de trabajo. Más adelante, Jean Jaques Dessalines, segundo al mando de L'Ouverture, junto a otro oficial de apellido Rigaud, militarizaron el trabajo agrícola. En este nuevo régimen, el ciudadano haitiano era trabajador o soldado, llegando a agrupar bajo esta última categoría cerca del 10% de la fuerza de trabajo. L’Overture moriría en Fort de Joux, Francia, el 7 de abril de 1803, a donde fue enviado encarcelado de una afección pulmonar que no fue atendida por sus carceleros.
Tras diferentes luchas internas, que enfrentaron en la isla de la Española a haitianos, españoles e ingleses, el 29 de enero de 1802 desembarca en Haití una fuerza expedicionaria francesa transportada en 50 embarcaciones, compuesta por 22 mil soldados y 20 mil marineros a cargo del General Charles Lecler, cuñado de Napoleón Bonaparte. Leclerc retoma el control del territorio restableciendo a partir del 20 de mayo de 1802 la esclavitud en Haití. Este hecho da paso a una nueva rebelión de la población negra. Para mayo de 1803 se produce la “Convención de Arcahaie”, donde se unen negros y mulatos, creando la bandera haitiana. La misma sigue el patrón de los colores de la bandera francesa, aunque no en la posición vertical de sus colores, eliminando su parte blanca. Se indica que lo anterior simbolizaba la eliminación de los blancos, fundiendo en sus colores azul y rojo la unión entre negros y mulatos.
Tras su derrota el 18 de noviembre de 1803, luego de perder la vida 5 de cada 6 soldados enviados a Haití, Francia decide abandonar el 29 de noviembre el territorio haitiano. Jean Jaques Dessalines pasará a ser el primer gobernante de la nueva república proclamándose “gobernador general vitalicio” y luego, nueve meses después, emperador como Jaques I.
El resultado del estado de devastación en que quedó el país, incluyó la destrucción de su principal industria, la explotación de la caña de azúcar y con ella de su comercio internacional.
Se indica que al asumir su condición de rey, Dessalines ordenó la matanza de todas las personas blancas en el país, propiciando así la muerte de entre 3 mil a 5 mil personas de todas las edades y género. El costo humano del conflicto se refleja, además, en el número de esclavos que había al comienzo de la lucha. Nos dice Aline Helg en su libro:
“… De los 500,000 esclavos africanos y criollos, por lo menos 100,000, sobre todo hombres, habían muerto de modo violento, por hambre o a causa de una enfermedad. En 1805, la población total de Haití no se estimaba sino en 380,000 habitantes, es decir, una disminución de cerca de un tercio con respecto a 1790.”
Señala el texto, con agudo juicio crítico, que de todos los jefes rebeldes que pelearon consecuentemente desde 1802 contra la restauración francesa, sólo uno, un “criollo mulato” de nombre Cangé, figuró en la firma de la Declaración de Independencia de Haití el 1 de enero de 1804. Los otros, indica, “con Dessalines al mando, habían colaborado en algún momento con la expedición de Lecrerc. Ninguno de ellos era africano superviviente de la trata de negros, ninguno había conocido la condición de esclavizado de plantación. Si algunos habían sido esclavos de élites antes de ser emancipados y de hacer una carrera militar; la mayoría de los firmantes eran mulatos, a veces procedentes de familias de plantadores esclavistas y educados en Francia. Así pues, tenían intereses contradictorios y esto conduciría a fracturas internas.” Menciona además, “de la manera más funesta”, que todos coincidían en “construir una nación en la cual los antiguos esclavos africanos y criollos de las plantaciones y sus descendientes continuaran siendo marginados y explotados por las nuevas élites militares y mulatas.”
Un año y medio luego de Dessalines proclamarse emperador, fue asesinado dando su muerte paso a nuevas luchas internas. El país quedó dividido entre dos caudillos militares: uno al norte con Henri Christophe; y otro al sur, Alexandre Pétion; el primero adoptando un modelo de régimen monárquico y el segundo republicano. Un nuevo dirigente de nombre Jean Pierre Boyer, logró más adelante unificar ambas porciones del territorio haitiano comenzando así, en esta nueva etapa, la unificación de Haití con la parte aún española de la porción oriental de la Isla.
Helg indica en su libro el alto precio pagado por Haití por su victoria sobre la esclavitud y la derrota de la Francia napoleónica en su territorio.
“Durante más de veinte años, Francia se negó a firmar un armisticio y siguió amenazándolos con invadirlos mientras que los colonos exiliados no fueran compensados por sus pérdidas.”
Nos dice por su parte un artículo de la redacción de BBC News del 30 de diciembre de 2018, titulado La multimillonaria multa que Haití le pagó a Francia por convertirse en el primer país de América Latina en independizarse, que la ferocidad del nuevo país hacia la población blanca propició no sólo la falta de reconocimiento de Haití como país independiente por parte de las potencias europeas, sino que ya para el 17 de abril de 1825, ante tal falta de reconocimiento, el nuevo presidente haitiano Pierre Boyer, con miras a lograr el reconocimiento por parte de Francia firmó la denominada “Real Ordenanza de Carlos X” donde, a cambio de tal reconocimiento, Haití se obligaba al pago de un arancel del 50% de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150,000,000 francos, equivalentes hoy a $21,000 millones. Con dicha suma, Haití compensaba a Francia por la pérdida de propiedades de nacionales franceses en su territorio, como también de sus esclavos. Cuando se comparan los ingresos anuales del gobierno haitiano, la suma convenida excedía 10 veces la capacidad haitiana para la generación de ingresos.
Por su parte, Helg nos indica en su libro que Francia no solo se encargó de promover el aislamiento diplomático de Haití “entregándola a las órdenes de los comerciantes estadounidenses y europeos, sino que luego de Boyer alcanzar la reunificación de Haití, en 1825 el “rey de Francia Carlos X envió catorce buques armados de cientos de cañones para obligar al presidente haitiano, Jean-Pierre Boyer a firmar la paz según los términos franceses.”
Bajo este acuerdo leonino, Haití debió solicitar de un banco francés un préstamo por 30,000,000 francos de los cuales de dedujeron 6,000,000 en comisiones quedando un sobrante de 24,000,000 de francos. De esta manera, Haití quedó a la merced económica de los franceses hasta el año 1947, 122 años después, cuando terminó de pagar la deuda contraída. En ese período y más allá del mismo, el país quedó sumido en una gran pobreza y subdesarrollo.
Esta afrenta histórica de proclamar su independencia frente a las fuerzas imperiales, le ha costado mucho al pueblo haitiano. Las potencias imperialistas, particularmente Francia, nunca perdonaron al pueblo haitiano la derrota infligida a la principal fuerza militar de entonces, las tropas napoleónicas, ni la eliminación por la vía revolucionaria del régimen esclavista. En palabras de Helg, el castigo impuesto por Francia a Haití “era sin duda proporcional al ultraje que sentían los dirigentes franceses.”
Haití sigue siendo hoy uno de los países más pobres del mundo, con bajos índices de educación con un 85% de analfabetismo; salud; expectativa de vida. Con una población estimada en más de 11.3 millones, de los cuales el 90% vive en condiciones de pobreza, la mayor parte sobrevive con un ingreso diario equivalente a $1.00 o menos. Es el país con la renta per cápita mas baja en las Américas y el país más pobre a nivel hemisférico. Conforme al Índice de Desarrollo de las Naciones Unidas, Haití tiene la posición número 145 en pobreza, donde según los datos, el 50% de su población vive en pobreza extrema.
La destrucción de su medio ambiente, donde la desforestación del país ha ocasionado que su suelo montañoso y sus llanuras sean hoy tierras estériles; la violencia; la falta de oportunidades de empleo; la destrucción de su estructura productiva; el narcotráfico; la falta de gobernabilidad y la corrupción gubernamental; hacen de Haití un país con serias deficiencias de viabilidad. De hecho, la situación haitiana vino a empeorar como resultado del terremoto acaecido el 12 de enero de 2010, que cobró la vida de más de 300 mil personas, 350 mil heridos y 1.5 millones de damnificados. A este desastre natural se suma, además, la destrucción de la infraestructura urbana del país y del transporte; las consecuencias de constantes impactos de huracanes; y las graves inundaciones ocasionadas por fuertes lluvias que han desolado importantes áreas geográficas.
Uno de los elementos que han propiciado la corrupción en Haití ha sido la protección recibida por las potencias imperiales de gobernantes que a lo largo de décadas han consolidado un poder político, económico y militar precisamente al amparo de los propios estados imperialistas. Tal fue el caso de la Dictadura de François Duvalier, impuesta tras el derrocamiento del presidente Paul Eugène Magloire; y más adelante la prolongación de su dictadura a través de su hijo Jean-Claude Duvalier entre 1957 y 1986. Es también el período de fortalecimiento de los estamentos militares pro oligárquicos, educados en la Escuela de las Américas, todos ellos legados históricos a partir de la ocupación estadounidense de Haití por parte de Estados Unidos durante los años 1915 a 1934. De hecho, durante este período de casi dos décadas, Haití permaneció ocupado militarmente por los Estados Unidos.
Una gran parte de la ayuda humanitaria enviada a Haití por organismos internacionales dirigida a atender las condiciones materiales de su población no llegan a sus manos en forma gratuita sino que son interceptadas en algún punto por sectores corruptos de una élite dedicada al comercio que los distribuye tanto en el mercado formal como en las calles a través de la economía informal para beneficio propio. Un mercado natural dada su condición geográfica como es la República Dominicana, está también marcado por sería asimetrías. Mientras cada vez más empresarios dominicanos invierten recursos en Haití sobre explotando su fuerza de trabajo en la producción de artesanías y producción manufacturera pagada a precios irrisibles y desarrollada esa producción en condiciones de semi esclavitud, en República Dominicana, donde emigran miles de haitianos anualmente, se les discrimina racialmente y se les explota a niveles insospechados.
Ya en la época del Dictador Rafael Leónidas Trujillo, se desarrolló en la República Dominicana programas xenofóbicos contra el pueblo haitiano que incluyeron la eliminación física a machetazos de miles de inmigrantes haitianos en las región fronteriza con Haití como una forma de limpieza étnica. Estas políticas contra la población haitiana no desaparecieron con el ajusticiamiento del Dictador. Son muchas las denuncias hechas sobre los abusos a los que son sometidos los trabajadores haitianos en los campos y comunidades agrícolas, especialmente aquellas denominadas popularmente como “bateyes”.
Sin embargo, los problemas de Haití van mucho más allá que estos datos históricos que hemos expuesto. Si en Haití a la altura del Siglo XX se habían impuesto dictaduras, en muchas ocasiones sino en todas, tras las dictaduras haitianas estuvo presente la mano oculta del gobierno de los Estados Unidos y sus agencias de seguridad; si en Haití a la altura del Siglo XXI se exhiben gobiernos que no procuran atender los mejores intereses del pueblo haitiano, es también como resultado de la complicidad y en ocasiones gestión directa de los Estados Unidos y su control sobre organismos regionales como es la Organización de Estados Americanos.
Haití nos duele, pero también nos convoca a la solidaridad. Con Haití tenemos una deuda, aquella que se cementa en el apoyo desplegado en la solidaridad con la lucha emancipadora de Bolívar en el continente suramericano, pero también en el apoyo a las luchas de independencia del resto de las Antillas, como fueron los casos de Cuba y Puerto Rico a través de figuras cimeras como Betances, Hostos y Martí.
En ocasión del 217 Aniversario de su independencia, saludamos pueblo haitiano extendiendo al mismo nuestra solidaridad antillana y caribeña.
El Lcdo. Alejandro Torres Rivera se graduó de bachillerato de la Facultad de Ciencias Sociales con Concentración en Ciencias Políticas en la Universidad de Puerto Rico. Cursó sus estudios de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico de donde se graduó en 1976. Se desempeñó originalmente como Oficial Examinador en la Junta de Relaciones del Trabajo de Puerto Rico, donde formó su fundamento profesional en el campo laboral. Desde 1977 desarrolla su práctica privada de la profesión principalmente en el campo laboral representando sindicatos y trabajadores(as). Ha sido profesor en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en el Instituto de Relaciones del Trabajo, adscrito a la Faculta de Ciencias Sociales, donde también imparte talleres y conferencias en su Programa de Educación Obrera. Enseña además, a jornada parcial, en el programa de Maestría en Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. El Lcdo. Torres Rivera es autor de varios libros y múltiples publicaciones: practica activamente en diversos programas radiales y ha colaborado como columnista en diversos periódicos de circulación general en Puerto Rico. Fue presidente del ilustre Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico durante el bienio 2016 – 2018 y ha presidido y formado parte de diversas comisiones de trabajo de la Instrucción destacando entre ellas, la presidencia de la Comisión para el Estudio del Derecho Constitucional de Puerto Rico.
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