No era de ningún lado más que de Birán… y de Santiago, y de La Habana, y de Pinar del Río, y de cada rincón de Cuba. Pero Fidel también era y es de la humanidad
«Un agitador peronista de origen cubano». Así catalogó la cia a Fidel, según cuenta el periodista Rogelio García Lupo (de Prensa Latina) en su libro Últimas noticias de Fidel Castro y el Che (2007).
Un joven Fidel, de 21 años, acudió a Bogotá como representante de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba a la contracumbre que fue la Conferencia Panamericana, herramienta del Imperio, que a partir de ese año sería sustituida por la oea. Ese 9 de abril, Fidel esperaba reunirse con el líder Jorge Eliécer Gaitán, pero este fue asesinado ese mediodía. Sobrevino el Bogotazo, y si bien Fidel no era colombiano, estuvo ahí, al lado del pueblo.
Según García Lupo, Fidel «salvó la vida en un Cadillac protegido por una bandera argentina extendida sobre el techo y con las placas diplomáticas bien visibles». De ahí la apresurada y falaz conclusión de los espías yanquis. No era argentino, pero ese documento de la CIA muestra el carácter de patriota latinoamericano de quien, diez años más tarde, conduciría la guerra necesaria.
En el 47, Fidel había participado de la fallida Expedición de Cayo Confites, integrada por cubanos y dominicanos, y cuyo objetivo era liberar a la República Dominicana de la dictadura de Rafael Trujillo. No era dominicano, pero ya con 20 años dejaba claro su internacionalismo.
Luego vino el asalto al Moncada, la cárcel y la estancia en México, para tomar impulso y volver a la lucha. Allí, en junio de 1955, conocería a Ernesto Guevara, un médico argentino que le presentara Raúl en casa de María Antonia, una cubana exiliada en el df.
Con la ayuda de El Cuate, se conseguirían el yate Granma y las armas necesarias, y otro mexicano llamado Arsacio Vanegas los entrenaría. Fidel no era mexicano, pero comiendo tortillas lanzó aquella sentencia: «Si salgo, llego. Si llego, entro. Si entro, triunfo». La convicción de la razón… y del espíritu humano.
Tampoco era puertorriqueño, pero tenía bien claro aquello de que Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro, las dos alas. En una ocasión aclaró: «La solidaridad de Cuba con Puerto Rico nos viene de la historia, nos viene de Martí y nos viene de nuestros principios internacionalistas».
Fidel no era nicaragüense, pero sin su ayuda, quién sabe si se habría dado la revolución sandinista. En 1961 viajaron a La Habana Carlos Fonseca, Germán Pomares y Tomás Borge, y en Cuba se sembró la semilla que dos años después germinó como FSLN. Pero en una oportunidad, Fidel les advirtió: «Tienen que hacer su propia revolución, no pueden imitar la nuestra». Y así fue.
No era soviético, ni vietnamita, ni yugoslavo, ni chino, pero siempre entendió de qué lado estar en épocas de Guerra Fría, contra el Imperio. Y esa claridad estratégica es uno de sus legados más lúcidos para nosotros en estos tiempos de reconfiguración geopolítica.
Fidel no era africano, pero se transformó en un símbolo del poscolonialismo, porque la ola de descolonización en África coincide exactamente con la definitiva independencia de Cuba. Cientos de miles de cubanos fueron a África a ayudar en ese periodo poscolonial y la acción más determinante, sin duda, fue en Angola. La batalla de Cuito Cuanavale liberó tres países, porque terminó con la reacción en Angola e inició el fin del régimen del apartheid en Sudáfrica, que a su vez determinó la independencia de Namibia.
No era de ningún lado más que de Birán… y de Santiago, y de La Habana, y de Pinar del Río, y de cada rincón de Cuba. Pero Fidel también era y es de la humanidad.
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