María Caridad Pacheco González[i]
No es posible aproximarse al devenir histórico del ámbito caribeño, desde el siglo XIX hasta el presente, sin considerar los aportes de José Martí al estudio y la comprensión plural de ese espacio geográfico y cultural tan significativo. Ninguna faceta de la vida en la región le fue ajena, y la misma estuvo en el centro de su proyecto emancipador para la que llamara Nuestra América en un ensayo medular que este año cumple su aniversario 130[i], a la vez que trascendía sus límites para inscribirla en el acontecer universal de su época y del futuro.
La revolución democrática y popular de Martí llega en un momento en que irrumpe en escena el naciente imperialismo norteamericano, acompañado de un irrefrenable apetito expansionista sobre las naciones de América Latina y el Caribe, como paso previo para su penetración y dominio hemisférico. Martí había alcanzado a comprender la existencia de dos Américas, distintas no solo por provenir de dos sistemas de coloniaje y dos niveles diferentes de desarrollo, sino también por la circunstancia que emanaba de las ambiciones del poderoso vecino del norte sobre nuestros pueblos.
Es útil recordar que su perenne vigilancia de este incipiente fenómeno lo condujo a denunciar en 1885 lo que consideró el conjunto de medidas que propiciaría la subordinación económica y financiera de América Latina a los mecanismos de penetración y dominio del imperialismo norteamericano : “De nada menos se trata- decía Martí- que de ir preparando, por un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América Central e islas adyacentes por los Estados Unidos”[ii]. Estos incipientes antecedentes de lo que hoy se conoce como Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, evaluados y denunciados por Martí, marcaron las bases de una profunda asimetría estructural entre la economía norteamericana y las latinocaribeñas.
Durante aquel invierno de angustias cuando, según dijera en el prólogo a los Versos Sencillos, ¨se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos” en la Conferencia Internacional de Washington, Martí había denunciado "el planteamiento desembozado” de la era del predominio de los Estados Unidos, que miraba ya “como privilegio suyo la libertad, que es aspiración universal y perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella"[iii], y ante tales peligros, llama entonces el Maestro a la América española a declarar su "segunda independencia”.
Desde otra perspectiva, las Antillas tenían en la concepción unitaria del Apóstol una importancia medular, por ser esta región la primera fuente de financiamiento de las burguesías europeas y una zona de especial relevancia económica y comercial para el naciente capitalismo mundial. Justamente por esta razón, las vanguardias nacionalistas antillanas consideraban el Caribe, un área de extraordinaria trascendencia estratégica para los destinos de Latinoamérica. En este sentido, Martí advierte:
“No parece que la seguridad de Las Antillas, ojeadas de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa y, en lo material insuficiente, que provocase reparos y justificara la agresión como de la unión sutil, y manifiesta en todo, sin el asidero de la provocación confesa, de las islas que han de sostenerse juntas, o juntas han de desaparecer, en el recuento de los pueblos libres”[iv].
Es por ello que en su primer viaje a República Dominicana(1892), no solo se propuso trazar conjuntamente con Máximo Gómez los lineamientos estratégicos de la guerra para la independencia de Cuba, sino que consideró oportuno el momento para sostener intercambios de ideas con figuras políticas e intelectuales de la hermana nación, con el objetivo de atraer solidaridad a la causa de la independencia cubana y convencer acerca de la importancia estratégica de su culminación para el decoro y equilibrio de la América y el mundo. Si el viaje se hubiera limitado al encuentro con el patriota cubano-dominicano para solicitar que ocupara su puesto en la revolución como encargado supremo del ramo de la guerra, pudo ser de ida y vuelta; y sin embargo, el Delegado se detuvo a conversar con hombres de pensamiento de la hermana nación y a pronunciar discursos que dejaron honda huella, sobre todo entre los jóvenes.
Finalmente, los Estados Unidos alcanzaron sus objetivos sobre las Antillas, y sus monopolios deslizaron sus inversiones por todo el continente, con su secuela de explotación, atraso, incultura, sometimiento, sin descartar la intromisión de procedimientos militares o de fuerza y la imposición de gobiernos títeres, represores de los pueblos. Sin embargo, el neocolonialismo implantado por los Estados Unidos y demás potencias imperialistas en la región, dieron uniformidad a la diversidad. Como justamente señaló Fidel en un mensaje inserto en la tradición de la vanguardia antillana:
“... no podemos olvidarnos de que nuestra gran familia iberoamericana no estará completa mientras no se siente con nosotros el representante del Puerto Rico independiente, ni tampoco del hecho de que fuera del ámbito de nuestra reunión quedan millones de hombres y mujeres del Caribe que no solo son ya también nuestros hermanos por concepto de geografía, el subdesarrollo económico y la cultura, sino que por esa misma razón resultan compañeros de batalla en las tareas que nos estamos planteando.”[v]
[i] Aparecido por primera vez en La Revista Ilustrada de Nueva York el 1ero de enero de 1891 y el 30 de enero del mismo año en El Partido Liberal, de México, el ensayo Nuestra América es un texto cardinal del pensamiento latinoamericano y expresión consumada del proyecto revolucionario de José Martí.
[ii] José Martí, Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Tomo 8, p.87
[iii] José Martí, OC, Ob Cit, Tomo 6, p.53
[iv] José Martí. Ob. Cit., T 4, pàg. 405.
[v] Mensaje de Fidel a la Primera Cumbre Iberoamericana. Guadalajara, Mèxico, 1991. Granma, La Habana, año 27, no. 154, pàg. 3.
[i] Doctora en Ciencias Históricas, Investigadora Titular del equipo de Historia del Centro de Estudios Martianos y Profesora Titular de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, por sus resultados científicos ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Historia “Primero de Enero” (1980), el Premio de la Academia de Ciencias de Cuba (1998), el Premio Nacional de Ensayo Juan Marinello y el Premio del Concurso “Rubén Martínez Villena” en Investigación Histórica (2003) así como el Premio Martiano de la Crítica (2013). Intervino en la elaboración del Tomo V de Historia de Cuba (1959-1989), específicamente en el capítulo relacionado con la política social de la Revolución y la estructura socio-clasista cubana. Es coordinadora académica del Grupo Interdisciplinario “José Martí: su visión acerca de los Estados Unidos de América a la luz del siglo XXI”. Tiene experiencia en estudios sobre pensamiento cubano (1902-1958), sobre recepción y vigencia del pensamiento martiano, sobre filosofía de la educación en José Martí, y sobre historia de la Revolución Cubana.
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