María de Lourdes Santiago
Saludos a todos y todas. En primer lugar, quiero agradecer el honor que me confiere el Comité de Solidaridad con Cuba. Como le dije hace varias semanas a nuestra querida Milagros, me parece – sin falsas modestias- un privilegio inmerecido el que me consideraran para recibir esta medalla junto a don Heriberto Marín. Sólo el tiempo – juez tan severamente justo- podrá decir si seremos dignas y dignos de estar siquiera a su sombra. Esperanza a prueba a todo, fe inextinguible, alegría que no conoce mal tiempo y un optimismo que mira y recibe con la certeza de un mañana mejor a la juventud que se le acerca: a eso debemos aspirar. A don Heriberto, mi admiración, mi respeto y mi cariño.
No puedo acompañarles porque me encuentro cumpliendo con mis responsabilidades en el Senado. Quiero pensar que este último día de la última Sesión Ordinaria del cuatrienio, será también el último día de una Asamblea Legislativa dominada por la insensibilidad, la indolencia y la incompetencia. Es mi esperanza que el 2 de enero de 2025 me corresponda juramentar nuevamente este cargo, pero como parte de una Nueva Mayoría. Nos encontramos en una coyuntura extraordinaria, inédita. La convergencia de diversas fuerzas progresistas, que con generosidad y apertura han decidido estipular y dejar atrás diferencias importantes para concentrarse alrededor de las coincidencias que responden a llamados urgentes del país, permitirá una expresión electoral que marcará un antes y después en nuestra historia política. Después de todo, como me enseñaron de pequeña, la Providencia obra por caminos misteriosos.
En medio del entusiasmo que genera este momento, me parece importante reflexionar sobre el papel que más allá de episodios momentáneos, ha desempeñado y debe seguir desempeñando el independentismo, desde todas las trincheras. El despertar que vemos hoy en muchos sectores no es la manifestación política del fenómeno de la combustión espontánea. Es el cúmulo de experiencias colectivas de despojo y empobrecimiento que han desembocado en el único desenlace posible del experimento colonial: la quiebra, el exilio y el desamparo de todo lo público. Durante mucho, mucho tiempo, el independentismo fue la voz clamando en el desierto, anticipando lo que hoy vivimos. Para muchos y muchas, el precio a pagar por esa denuncia, por esa fe, fue alto, altísimo. Persecución, discrimen, cárcel, violencia. La invisibilización de nuestras organizaciones.
Y ante la hostilidad de nuestros propios compatriotas, deslumbrados con la fantasía del Norte, ante la tibieza de buena parte de la comunidad internacional, con los Estados Unidos avanzando en la faena de comprar conciencias y acallar espíritus, el independentismo, desde su diversidad, resistió y esperó.
Hoy vemos que las manifestaciones más crudas de la colonia son objeto de repudio extendido: desde el desplazamiento de comunidades provocado por la Ley 22 hasta el castigo de la privatización de servicios impuesta por la Junta. Y creo que, en estos días en que el horizonte luce más amable, nos debemos ese reflexionar sobre cuánto hemos hecho para mantener firme esa zapata sobre la que esperamos construir un futuro de libertad, solidaridad y justicia. No ha habido una lucha justa en este país en la que el independentismo no haya estado presente: Falta mucho, sí, Pero si algo demuestran estos tiempos, es que la transformación es posible, y que está al alcance de nuestro esfuerzo. Gracias a cada persona que está aquí por su contribución a tantas luchas. Gracias a don Heriberto por su ejemplo y amistad. ¡Que viva Puerto Rico Libre!
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